Mamá, voy a ser delincuente
Por Reinaldo Spitaletta
Por Reinaldo Spitaletta
Querida mamá:
Ahora, cuando vos tenías tantas esperanzas en mí porque estoy estudiando historia en la U, te doy una mala noticia, que, en realidad, es buena: para qué estudiar en este país, si al final no tendré empleo, o tal vez sí: de pronto me tornaré un taxista ilustrado. Para qué estudiar, si ahora hay otros ejemplos más edificantes: los delincuentes.
No frunzás el ceño, no arrugués la cara, mamá. Es verdad. Quiero volverme delincuente, porque de ese modo podría llegar al Senado de la República, o, por lo menos, tener siquiera un treintaicinco por ciento de amigos allí.
Quiero desplazar campesinos, robar tierras, tener bandas armadas, financiarme con el narcotráfico, intimidar, boletear, extorsionar, que es un modo “fácil” de enriquecerse en Colombia, de obtener poder, de ser bien visto. Hombre de bien.
Te imaginás cuando digan, por ejemplo, ahí va el Don, mirá que era un zarrapastroso y ahora está en las cumbres del poder. Vean nada más, si tiene escoltas a granel, se codea con el presidente, puede presionar para tener leyes a su favor, puede controlar legisladores. Gran señor es don dinero.
Y sí: con mi carrera no tengo futuro. Estudiar para investigador. Qué puedo ganar con eso: publicar si acaso un libro, tener una tesis laureada, empolvarme en los archivos, saber, eso sí, que éste ha sido un país de miserias sin fin, pero que los de arriba siempre estarán arriba, y nosotros, los vencidos, abajo. No, mamá. Eso no es vida decente.
Por eso he decidido volverme delincuente. Y de los comunes. Más tarde, quién lo creyera, me darán estatus político. Y si de pronto me capturan, no estaré en cárceles perratas de la plebe, sino en unas muy parecidas a lo que llaman hoteles cinco estrellas. Qué dicha. Eso ya lo enseñó don Pablo. Lección aprendida. No tendré guardianes, sino gente que me cuida y me sirve.
He aprendido, en los pocos semestres que llevo, que los que matan, los que amenazan a los pobres, los que se yerguen con el poder de las armas, tienen todas las de ganar en Colombia. Uno entiende que haya que negociar con ellos, que se busque la paz, que el deber ser de la paz es el de que todos cedan, que los ricos aporten, que se ataquen las causas de la injusticia y la miseria.
Pero no, mamá. La historia contemporánea de este país me enseña otros asuntos muy distintos. Para qué seguir ahondando en libros, para qué asistir a escuchar a profesores excelentes pero alejados del mundo, para qué quedarme en estas aulas, cuando además la educación pública cada vez es más privada.
Te digo que es un negocio pingüe meterse uno a delinquir, por lo que te narro, y por lo que vos has visto. No hay recato moral ni ético. Eso es palabrería. Lo que vale hoy es estar en una banda, en un bloque, en una gavilla, vos sabés, en una autodefensa, en una guerrilla, que al final todos se confunden, es si no ver cómo pueden pasar como si nada de un bando a otro.
Mamá: lo siento mucho por tus enseñanzas, por inculcarme siempre ser “hombre de bien”, pero qué va. ¿Qué es ser hombre de bien? Seré lo contrario y me irá mejor. A ti también. Sabrás de mí cuando salga en los periódicos y en los noticiarios. Cuando los espectadores y lectores digan: vean, cómo ha llegado de alto ese hombre. Comenzó de la nada, ayudando a sembrar terror, y ahora es respetado. Estaba haciendo patria.
No creás que estoy loco. La suerte está echada. “Jugué mi corazón al azar, y me lo ganó la violencia”. Mamá, perdoname. Así como, más adelante, la sociedad y el Estado me perdonarán a mí los delitos cometidos. Y los olvidarán.
No llorés, mamá. Al contrario. Tocá campanas, alegrate porque tu hijo ahora sí será alguien. Estoy listo a emprender el viaje. No más libros, no más clases. Así que, como lo dijo el Arcipreste de Hita: “Si tuvieres dineros, tendrás consolación/ Placer y alegría y del Papa ración/ Comprarás paraíso, ganarás salvación: do son muchos dineros, es mucha bendición”.
Hasta luego, mamá. Ya verás que la historia me absolverá.
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